Refugio de Poqueira

Poqueira

Refugio de Poqueira

Desde el primer momento lo pensamos.
Los tres hermanos.
Y por supuesto, mi madre.
Incluso antes de que ocurriera…
Recuerdo el momento en que, unas horas antes, el montañero polaco (con el que llegué a pasar una noche y nunca supe su nombre), me preguntó, mientras me pedía un cigarro:
– Where do you come from?
– Coruña, respondí.
– Ei!! Manu Chao!: “me gusta La Coruña me gustas tú”!

En ese instante yo sonrei, pero en realidad, estaba pensando:
¿y qué va a hacer ahora, con los caramelos?
Desde que la Sra Villarrenaga, ingresó en su demencia hospitalaria, los caramelos eran su moneda de cambio:
– Buenas tardes, Sr Raúl. Dígame su DNI.
– ¡Hola rubia! 32.713.821…… y toma.
– Muchas gracias Sr Raúl, pero si sigue así, voy a engordar….
– Tú… ¡Qué vas a engordar mujer!
Luego, ya en la planta:
-Hola Sr Raúl…
– ¡Hola guapa! ¿Ya le habéis dado la merienda?
– Sí, Sr Raúl, merendó todo…
– Gracias… y toma.
– Ay… cómo es usted… muchas gracias.
Hace 3 domingos le di yo la merienda, como cada fin de semana que comía con mis padres… ya cerraba la boca y ponía «morros»… pero era fácil despistarla con cualquier gracia… y apurar las últimas cucharadas…
Estaba «rara»…
… y en el refugio de montaña de Poqueira, con un frío y un viento tan horribles que te hacían sentir hasta el tuétano, yo le explicaba al polaco, con mi móvil en la mano mientras tiritaba, que no, que al día siguiente no iba a seguir subiendo, que no iba a poder coronar el Mulhacén. Que, aunque acabase de llegar esa misma tarde, al día siguiente tenía que bajar…

La segunda vez que se lo expliqué… comprendió… y entonces me pidió otro cigarro…

¿Y qué carajo va a hacer ahora con los caramelos?
Porque ahora solamente le sirven a medias…
Ahora, solamente va a poder utilizarlos cuando necesite azúcar, o sal, o sobres de café de la planta 10 del Hospital, en sus visitas periódicas cuando se pone malo de lo suyo…
Sí, él negocia con los caramelos y a veces, cuando el «favor» es grande, hasta con pequeñas chocolatinas… y claro, mantiene siempre esa tensión dialéctica que implica el coqueteo del anciano con su enfermera de turno…

“Me gusta marijuana, me gustas tú… el polaco, qué jodido
Tenía la cara abrasada por la nieve y el sol… hasta yo me quemé subiendo esa tarde al refugio con la mochila cargada con las bombonas, el hornillo, las potas, los crampones, los piolets…y la Virgen de la Semana Santa…
-Toma! es buena! It´s good. It´s for your skin…
-oh! thank you!
Él sigue creyendo que los caramelos funcionan… y es que lo hicieron durante 5 años…
Tanto que absolutamente todos los trabajadores de la residencia de ancianos y huéspedes en su sano juicio, lo conocen por su nombre de pila…

Qué voy a hacer Je ne sais pas
Qué voy a hacer Je ne sais plus
Y en esas estamos… intentando mirar en qué piensa cuando mete la mano en uno de sus bolsillos… ahora que solamente puede jugar con los caramelos dentro de su chaqueta….
Aun así, en el tanatorio, me preguntó:
– ¿Cuántas mujeres hay, que no las veo bien?
– 6, abuelo, respondí.
– Toma…
Y cada una cogió el suyo.
– ¡Ei!
– ¿Qué?
– Y quítale el aire a esta copa… que ya no tiene vino…
– ¡Vale! camarero…
Para él, esos caramelos son como la «guía» que había que presentar en el ´42, cuando era el capataz de aquella mina de volframio, y entraba en Coruña con el camión cargado de la puta aleación para los cañones.
Aún siguen siendo su salvoconducto…
Qué voy a hacer Je suis perdu
Qué horas son mi corazón.

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