Santa Lucía

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SANTA LUCÍA

Hace dos domingos volví a pasar por allí… caminando. No era lo usual, normalmente siempre iba en un camión de reparto.
Lo hice durante mucho tiempo, desde los 6 años ayudé a mis padres con el trabajo.

Primero ordenaba pequeñas cajas, con paragüitas de chocolate, que a veces también me comía.
Después, molí azúcar… kilos y kilos de azúcar moliéndose en aquel almacén del barrio de Monelos donde nació mi madre.
Con los años, comencé a ayudar con la mercancía y con 18, conducía los furgones y furgonetas.

Me encantaba ir de reparto. Sobre todo hacer «plaza»: Coruña, Sada, Betanzos, Oleiros…
No madrugabas tanto y no hacías 500 o 600 km de media con 2000 o 3000 kg de mercancía que había que repartir por toda la provincia.
“Hacer plaza» era fetén, entre otras cosas, porque no había tanta prisa por tener que llegar a tiempo y volver a dejar el furgón cargado para salir a las 6.30 de la mañana del día siguiente.

Y además, también podías disfrutar de los pasteles que algunos clientes insistían, como en un ritual, en ofrecerte… desde que te conocieron de canijo, o cuando aún en el andador, mis padres me ataban a una cuerda que llegaba hasta la puerta del negocio, para que «tuviera maniobrabilidad» pero para que no me escapara a la calle.

Pero como los pasteles de esta confitería, ninguno. No era la mejor confitería de la ciudad, pero era de las buenas.

Pero no, os digo que no era eso.
…era la sonrisa de Jose maría y de su mujer… qué cariño me tenían.

Sé que cuando empezaron, mis padres les ayudaron mucho con los pagos, como a tantos….
pero ellos siempre supieron agradecerlo, como tantos pocos. Y cada vez que me veían, me ofrecían un pastel, como otros.

Y yo, que nunca fui de dulces… (en casa de herrero)… descargaba la mercancía y aunque el furgón molestase y estuviese haciendo caravana, siempre cogía aquel pastel, mirando aquellas sonrisas, aquellos ojos…

y me metía en el furgón, fijaba el albarán firmado con la pinza a su carpeta, depositaba el pastel sobre su servilleta en el asiento del copiloto, arrancaba el furgón y mientras bajaba la manivela de la ventanilla, dibujaba mentalmente la ruta del siguiente cliente, contento, tranquilo…. agradecido.

Hoy es Santa Lucía, donde menguan ya las noches y crecen los días.

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