Santa Margarita

Parque

SANTA MARGARITA

El día de ayer no fue era domingo, pero durante apenas media hora,
tuve otra vez la sensación de escuchar los pitidos de los goles.
Esos que anunciaban zapatillas, pijama, bata…
y un último repaso a los deberes del lunes.
Durante los primeros 80 «disfruté» de aquellas tardes paseando con mis padres y con mi hermano de ese parque.
Era El Parque de la ciudad, y a donde muchísimos padres acudían con sus mujeres, sus  hijos y sus pequeños radiotransitores monoaurales. Mi padre nunca quiso uno.
Me acordé de Juan Gómez Juanito.

De pequeño, todos eran árboles.
Hoy, supe distinguir los robles albar, de un par de robles americanos aún con hojas, plátanos, variedades de pinos, eucaliptos, acacias… pero sobre todo, ya tenía claro que los árboles, además de por su porte, se distinguen de las plantas porque a estos nunca hay que regarlos..
Recordé aquellas cuestas de tierra y zahorra, ahora de asfalto o adoquín, donde me esforzaba en empujar el carrito de mi hermano, como un esclavo colaboraba en la construcción de una pirámide.

Fue casual. Regresaba de ordenar mi espalda y tenía que atravesar la ciudad para dar mi clase en la UDC, cuando decidí cruzar el parque para atajar….
la puerta enrejada y la muralla apenas habían cambiado y ahí me di cuenta de que no iba a ser un atajo precisamente.
No recuerdo cuándo fue la última vez que estuve allí pero, aún no me había salido la barba.

Había muchísimo cielo, de ese cielo pesado, de plomo, del de Galicia con ese gris de París.
De los árboles solo quedaba el esqueleto, sin el cobijo y la complicidad que dan las hojas…

Me encantó encontrarme con un buen amigo en el chiringuito. y la fanta de naranja, la cambié por un café de barra y observé que el camarero ya no llevaba aquella chaqueta de lana, sino que ahora era algo parecido a un moderno forro polar.
Tuve dudas sobre si  subir al estanque de los patos y cisnes.
No me atreví; tuve miedo a que los hubiesen cambiado por otros de plástico…
Todo aquel Parque me parecía ahora tan pequeño… creo que no podría salir a entrenar por él, por miedo también, pero ahora de aburrirme…
Sin embargo en los primeros 80, aquel parque era ese Parque que todos reconocemos en nuestra ciudad.
Me encantó comprobar que los eucaliptos y pinos me seguían pareciendo enormes.
Y eso, me reconcilió, me reconfortó….
Atravesé varias de las fuentes en las que bebía aupado por mis padres, aunque hoy, ya no tuve la necesidad de beber de todas….
Pero, y eso no había cambiado, ellos seguían allí.
Gritando por una ficha, por una carta, peleando por una ficha, por una carta, riendo… todos en sus pequeños grupos, como un cluster.
Los auténticos tahúres, los que, junto con los niños, le han dado siempre vida a los parques.
Hoy solamente había un niño, con un patinete….

y recordé que de pequeño, a veces fantaseaba con que ganaba una carrera
y que, a veces mis padres,
y que a veces la chica que me gustaba, estaban allí, en la meta.
y aquello, me hacía feliz.

Entonces comprendí: no dejaré de correr.

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